En el centro de Madrid, una cámara acorazada alberga un peculiar tesoro: la máquina de escribir de Nicanor Parra, la agenda telefónica de José Saramago, un bombín del músico Joaquín Sabina, la medalla del Nobel de Medicina de 1906 de Ramón y Cajal, una pulsera de latón rota que perteneció al padre de Elena Poniatowska y numerosos libros, borradores y manuscritos, algunos de ellos inéditos.
Es la «Caja de las Letras», un proyecto del Instituto Cervantes que ocupa parte de los más de mil 700 compartimentos de la antigua caja fuerte del Banco Español del Río de la Plata y con el que se busca conservar y documentar la riqueza de la cultura hispánica.
Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, explica que «cada caja de alquiler donde antes se dejaban el dinero, las joyas o los documentos, se ha convertido en un lugar para hacer homenaje a los grandes nombres, las grandes personalidades de nuestras letras».
Aunque recibe ofertas de instituciones, universidades y fundaciones para adherirse a la iniciativa, es la institución encargada de la promoción del estudio y el uso del español en el mundo la que, pensando en el contexto de la cultura y aprovechando alguna efeméride, suele contactar a los depositarios. Salvo excepciones, los legados se quedarán durante varias décadas, o incluso indefinidamente, en la cámara antes de regresar a sus dueños o incorporarse a su Biblioteca Patrimonial.
Detrás de una pesada puerta metálica que se abre a un largo pasillo de doble altura con paredes recubiertas de casilleros metálicos de diversos tamaños -muchos de los cuales acusan el paso del tiempo-, descansan obras de Miguel Hernández, Pablo Neruda, Carmen Laforet, José Emilio Pacheco o Gioconda Belli, y primeras ediciones de los textos de Julio Ramón Ribeyro o Federico García Lorca, entre otros.
Pero también hay objetos más mundanos como las gafas de Rafael Cárdenas, la pipa de Juan Eduardo Zúñiga, el mate de Claribel Alegría, la camisa que se ponía Fernando del Paso para buscar la inspiración cuando se sentaba a escribir y numerosos cuadernos de trabajo, fotografías personales y dibujos.
Este amplio y peculiar catálogo «sirve para unir la vida cotidiana con un tiempo y ese tiempo con la creatividad de muchos grandes autores», apunta García Montero en una entrevista.
Desde el legado depositado por el escritor Francisco Ayala en 2007, a unas semanas de cumplir los 101 años, hasta el del veterano cantaor de flamenco Antonio Fernández Díaz, «Fosforito», el pasado martes, 166 personalidades e instituciones del mundo de las letras, el cine, la ciencia, el teatro o la música de todo el mundo han hecho sus contribuciones, incluyendo los ganadores del Premio Cervantes de Literatura.
La bailarina Alicia Alonso, fundadora del Ballet Nacional de Cuba, abrió las puertas de la cámara acorazada a la cultura latinoamericana en 2008. El contenido de la caja 1, 029 -unas zapatillas de ballet y un manuscrito- solía estar apartado de la mirada de los curiosos en el sótano de la antigua entidad bancaria hispano-argentina fundada a fines del siglo 19. Ahora ocupa por primera vez parte de la planta noble del icónico edificio, custodiado por cuatro imponentes cariátides en su fachada, junto a un centenar de legados que se exponen al público por tiempo limitado.
Algunos de los aportes llegaron en forma de homenaje post mortem, como la muestra de tierra de Aracataca, la localidad natal del Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez -la primera de las casi 60 cajas in memoriam-, los manuscritos del poeta y músico argentino Atahaualpa Yupanqui o «las llaves de una casa que después se convirtió en un gran título de (un poemario) como La casa encendida, de Luis Rosales», apunta García Montero.
Con los poetas españoles Antonio y Manuel Machado, el Cervantes no solo juntó la tierra de su ciudad de procedencia, Sevilla; de Madrid, donde vivieron muchos años, y de Colliure, la localidad francesa en la que el primero falleció en el exilio meses antes del final de la Guerra Civil en 1939, sino que habilitó un buzón en la gaveta 1,722 que recibió cartas de mandatarios, ciudadanos anónimos y «niños que estudian a los Machado en el colegio. Me parece que hace que el legado sea muy vivo y la memoria esté junto al presente», dice el director de la institución.
Los pasaportes con los que la pareja de escritores Rafael Alberti y María Teresa León regresaron a España en 1977, tras casi cuatro décadas en el exilio, o la primera Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos elaborada por Andrés Bello a mitad del siglo 19, figuran entre las aportaciones más relevantes para García Montero, que ha visto cómo la iniciativa ha crecido exponencialmente desde su llegada al Cervantes.
«Me encantaría conseguir como legado una primera edición de El Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes o una primera edición, porque tenemos la segunda, de la Gramática castellana de (Antonio) de Nebrija. Pero también un legado de Joan Manuel Serrat que refleje su relación con la poesía», afirma. «Es tan importante pensar en una primera edición de El Quijote como pensar en esa vida cotidiana que le lleva a la gente nuestra cultura, como es la música».
Ayala fue también pionero en dejar mensajes secretos para la posteridad, ya que la mayoría de las cajas no se volverán a abrir, si es que ocurre, en varias décadas. En la suya, la número 1,000, dejó una carta que no verá la luz hasta mediados de este siglo porque el escritor, que nació en 1906, quería «que la gente de mitad del siglo 21 sepa lo que pensaba sobre el futuro alguien que había nacido a principios del siglo 20», explica García Montero.
En torno a este tipo de legados han crecido los rumores. Desde la partitura inédita del compositor Luis de Pablo -que no se podía interpretar hasta después de su muerte- hasta lo que el escritor Juan Marsé calificó como «el secreto de la escalivada», un plato típico de Cataluña, y, sobre todo, el posible trabajo inédito del cineasta Luis García Berlanga, que no vio la luz hasta el centenario de su nacimiento en 2021.
«Como había trabajado tanto en la novela erótica y jugaba tanto en sus películas con el erotismo, todo el mundo pensaba que debía ser una cosa muy picante. Y lo que nos encontramos fue el original de un guion que nunca había llegado a grabar», cuenta García Montero. El texto, titulado Viva Rusia, continúa la elogiada Trilogía Nacional del director.
El contenido de las cajas suele tener una importante vinculación personal. Nancy Morejón, una de las voces más destacadas de la literatura contemporánea cubana, dejó una caracola de las playas orientales de la isla «donde nacieron los gérmenes de nuestra independencia». Mientras que la cantante y actriz Ana Belén metió los pendientes que usó para interpretar a Adela, uno de los personajes de La casa de Bernarda Alba, y una edición «bastante deteriorada» tras años en su biblioteca de las obras completas de su autor, Lorca.
«Es un honor llegar a esta vicisitud de verme encerrado en una caja. No tuve yo nunca en mi imaginación esta idea de… estar preservado de todo, metido en una caja fuerte», señaló el año pasado el escritor Luis Mateo Díez, ganador del Premio Cervantes, al depositar su legado, que incluía «mi cuaderno de bitácora con las anotaciones de mi navegación» en la construcción de sus relatos.
Si recibe la llamada de la institución para colaborar, García Montero, quien además es poeta, tiene claro que dejaría algún cuaderno de trabajo manuscrito, además de textos «de poetas que me han formado y… algo que simbolice mi vida cotidiana, algo que tenga que ver con mi entorno familiar, con mi matrimonio y mis hijos».
Con información Reforma.