La mexicana que explora los colores de los polos y su conexión con el cambio climático

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Ximena Aguilar Vega, de 32 años y originaria de la Ciudad de México, encuentra su identidad en la luz. Desde el lugar donde realiza una videollamada en Escocia, se revela un esquema vibrante de colores y un mapa de la Antártida a su lado. Esta escena encapsula su vida y vocación. Bióloga y glacióloga profesional, inició su trayectoria durante la maestría en la Universidad de Magallanes (Chile) y continúa ahora con su doctorado en la Universidad de Stirling, centrando su investigación en el color, específicamente en cómo este evoluciona en glaciares, hielo y mares en los polos del mundo. Su enfoque científico se orienta hacia los matices del océano y el hielo tanto en el Ártico como en la Antártica.

No se trata de una actividad meramente contemplativa. Conocer el cambio de color que se está dando en estos ecosistemas da pistas sobre si hay procesos biológicos y químicos sucediendo. Por ejemplo, Aguilar ha encontrado que, en las zonas donde converge el mar con el hielo, los colores se están oscureciendo, lo que quiere decir que hay más compuestos llegando al agua desde los glaciares. Los propios glaciares también se están tornando más oscuros. “Esto es muy grave, porque si oscureces superficies claras, lo que ocurre es que absorben más radiación solar, generando toda una cadena de efectos negativos, porque el ecosistema se calienta más y el hielo se derrite”, comenta la experta.

Ella ha sido testigo de esto. La primera vez que conoció un polo fue en 2018, en la Antártida. Esa vez hizo un sobrevuelo para medir el hielo marino, un viaje que logró a través de la convocatoria Ice Bridge de la NASA. En el 2019, sí tocó territorio, cuando estuvo acampando en la base científica peruana. “Eran todas tonalidades muy precisas de blanco y azul. Solo algo de negro. Así era todo el paisaje”, recuerda. Pero cuando volvió en 2020, solo un año después para hacer su tesis de maestría, se impresionó. “Me impacté muchísimo porque ese paisaje se había desvanecido. Los glaciares estaban oscuros, como si les hubieran dejado caer un polvo café y negro por todos lados. Eso repercutió en la presencia de agua líquida. Había también charcos y riachuelos por todos lados. Y esto fue en solo un año”.

En el Ártico, al norte, en donde ha estado dos veces, la situación no es muy diferente. “La situación es drástica, especialmente en Svalvard”, cuenta. “Allí el calentamiento se está dando entre cuatro y cinco veces más rápido que en cualquier otra parte del planeta”.

Vivir bajo distintas pieles

Para Aguilar, la relación con el mundo biológico empezó con un árbol. Cuando era niña, a pesar de vivir en el monstruo de ciudad que es la capital mexicana, se refugiaba bajo uno que había en su calle. Le interesaba ese mundo. El contemplativo, el silencioso, no el de las conversaciones humanas. También le interesó el color. No solo desde un punto de vista científico, sino también fotográfico, otra especialidad a la que se ha dedicado de forma paralela. Y es que cuando uno tiene la oportunidad de viajar a la Antártica, al fin del mundo, a estudiar los colores, parecería descabellado no querer retratarlo todo. De nuevo, ella es un testigo. Tanto así que a veces deja su piel de científica de lado, y la cambia por la de activista, por la de artista.

Just a pinch of light/ to enlighten/ our soul/ our spirit/ our hope” (Apenas una pizca de luz/para iluminar nuestro alma / nuestro espíritu/ nuestra esperanza —en traducción libre—) , es uno de los versos que ella misma escribió para la exhibición Just a Pinch of Light, que mezcló arte, ciencia y poesía, y que ella lideró junto a Andrea Martínez, Mónica Nepote y Liliana Zaragoza. “To picture/ a sustainable future/ better days for all/ hope for all” (Imaginar/ un futuro sostenible/ días mejores para todos/ esperanza para todos), continúa el poema.

Con su tercera piel, la de activista, también ha entrado en conversaciones con las delegaciones mexicanas que van a las Cumbres de Cambio Climático (COP) de las Naciones Unidas, para lograr que su postura sea más radical, más fuerte para hacer algo ante la emergencia que vivimos. “Con el tiempo me he dado cuenta que, aunque la ciencia es muy importante, a veces entra en un loop. Se alimenta, se recicla, pero siempre se queda dentro del mismo gremio. Y para hacer cambios se necesita que todo el conocimiento primero permee en la sociedad. Que está también tenga un rol más crítico y activo”, asegura.

Como Aguilar misma insiste, la “sinergia entre la ciencia y el arte como herramienta es infalible para la concientización sobre el cambio climático”. Y no lo dice cualquier persona. Sino alguien que ha visitado los polos seis veces. Que ha visto, desde sus ojos y el lente de su cámara, cómo cambia uno de los ecosistemas clave de nuestro planeta. Y alguien que teme que este desgaste se repita en el resto del mundo.

Con información El País.