Es inobjetable y prácticamente inevitable que el grueso de las relaciones internacionales de México siga concentrándose en Estados Unidos. La geopolítica, la economía, la seguridad y nuestra diáspora, así lo determinan. Sin embargo, más allá de este enorme vecino se encuentra el resto del mundo; un mundo lleno de incógnitas, crecientes retos y, dependiendo de la estrategia del nuevo gobierno, amplias posibilidades.
Para México, ese resto del mundo comienza necesariamente en América Central. Esa zona es el desafío externo más inmediato. Por tamaño, posición y razones de interés nacional, México está llamado a utilizar su influencia diplomática y económica para detonar un cambio sustancial en cuatro países que bien se acercan a la calificación de Estados fallidos. No conviene ni es materialmente posible que México se eche a cuestas y en solitario el futuro centroamericano. Pero desde el día uno del sexenio debe ser el detonador de fórmulas de cooperación internacional hacia la zona. El proyecto de AMLO de impulsar el sur de México y mejorar la seguridad puede verse frustrados sin una estrategia prioritaria hacia nuestro vecindario más inmediato.
Más allá de esta zona crítica y prioritaria, el nuevo gobierno tendrá que lidiar con una América Latina partida ideológicamente por la mitad. Parecieran dos regiones distintas, entre el grupo que conforman Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela y el resto que, sin duda, buscará encabezar el Brasil nacionalista de Jair Bolsonaro. El bloque del ALBA intentará que López Obrador se sume a la familia de la izquierda regional. Brasilia festejaría un viraje de esa naturaleza al dejarle abierto el espacio de liderazgo en el resto de la zona. Si la diplomacia obradorista inclina sus alianzas con los cuatro del ALBA, quizá lo aplaudan los sectores de la izquierda más profunda de México, pero aislaría al país dentro de un grupo de nula importancia económica y frente a muchos otros países del mundo.
Ante esta disyuntiva, lo más probable es que México impulse un acercamiento simbólico con esos países y abandone el Grupo de Lima, que ha condenado a Venezuela en la OEA. Una vez que ocurra esto, la gran incógnita continuará siendo la relación con Brasil. La Alianza del Pacífico compuesta por Chile, Colombia, México y Perú significaba un contrapeso frente al gigante sudamericano. Esos tres socios requieren de la confirmación contundente de México de que el proyecto continúa. Sin esa confirmación, buscarán otras opciones.
Así las cosas y para no perder el tiempo, el diálogo prioritario deberá entablarse con Brasil y, si es posible, sentar las bases del entendimiento entre los dos grandes de América Latina. El resultado de esta exploración definirá el curso de la política latinoamericana de los próximos años.
Más allá de los reacomodos regionales, durante el sexenio de López Obrador se agudizará la rivalidad entre China y Estados Unidos. Esto marcará inevitablemente el rumbo de la diplomacia de México y, de hecho, de la comunidad internacional. Un acercamiento de México con China posee un sentido estratégico fundamental por razones estrictamente bilaterales, pero también por la lectura que le daría Washington.
Debe establecerse un equilibrio muy fino entre la atracción de inversiones chinas y el desarrollo de un comercio más equilibrado (con ese país tenemos el déficit más abultado del mundo), con los posibles efectos de este acercamiento en la visión de Estados Unidos (país con el que tenemos el superávit más grande). Un mejor entendimiento con China es indispensable, pero conscientes de que será visto con enorme recelo en Washington. En el léxico favorito de AMLO, este es un juego de verdaderas Ligas Mayores. Es posible participar en este juego, pero debe aplicarse toda la habilidad de la diplomacia mexicana para obtener los beneficios y los equilibrios esperados.
En este panorama, la opción europea brilla inusitadamente para México. Con el gobierno de Trump, los amagos contra la OTAN y las etapas finales del Brexit, la Alianza Atlántica atraviesa por su peor momento desde la Segunda Guerra Mundial. Entre el repliegue de Estados Unidos y la estrategia expansiva de Rusia, Europa está obligada a buscar un nuevo papel mundial, más independiente y activo. El inicio del sexenio coincide también con el inicio de ese replanteamiento europeo. Más allá del TLC que tenemos con la Unión Europea, el momento es propicio para ensanchar la comunicación política y estratégica con Europa. La creciente pugna para definir el nuevo balance del poder entre Estados Unidos, China y Rusia facilita y en cierta forma obliga a que países como México y los europeos fomenten alianzas y formas de asociación más robustas.
Así, en el diseño de la nueva política exterior mexicana, Europa puede resultar una pieza clave para contar con un universo de relaciones mejor equilibradas y que permitan atenuar los efectos de la rivalidad entre los tres grandes.
Hasta antes de tomar posesión, AMLO perfiló una diplomacia sujeta a los principios tradicionales, donde «la mejor política exterior es la interior». En el escenario mundial contemporáneo esto equivaldría a adoptar una política de aislamiento, de baja o nula participación en los fenómenos globales y de limitarse a reaccionar ante el exterior. Las tensiones y el reacomodo del poder que se está forjando en el mundo actual exigen de una estrategia inteligente, proactiva y pragmática. Es decir, prácticamente lo contrario a lo que se ha planteado hasta ahora.
¿Qué se puede esperar del nuevo gobierno en materia de política exterior? El señalamiento en campaña en el sentido de que la mejor política exterior es una buena política interior tendría que dar paso a una política internacional que ensanche el horizonte de la política interior.
El canciller Marcelo Ebrard ya fue a Washington. El viaje por sí mismo pone en relieve la altísima prioridad de nuestros vínculos con Estados Unidos. Al respecto, veo una decena de desafíos para el nuevo gobierno:
1. Tenemos nuevo gobierno en México, pero también hay una nueva correlación de fuerzas políticas en EU. En el Congreso 116 cuyas sesiones dan inicio en enero de 2019, los demócratas controlan la Cámara de Representantes y tendrán los votos para aprobar o detener el T-MEC. Como reflejo del presidencialismo mexicano, hemos cometido el error de “engancharnos” con el mandatario en turno o su partido. Ese error no debe repetirse.
2. La firma del entendimiento México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) en Buenos Aires el 30 de noviembre es un avance importante, pero aún debe recorrer el camino hacia su ratificación en 2019 y su eventual entrada en vigor en 2020. La relación bilateral, sin embargo, no debe tratadizarse, sino atender el conjunto de los asuntos de la agenda.
3. No hay una crisis migratoria entre México y EU. Sí hay una crisis humanitaria. El sistema migratorio estadounidense no funciona y el mexicano tampoco. El eslabón más débil del sistema estadounidense es el asilo.
4. Hoy podemos negociar con EU con base en el enorme apoyo popular que recibió AMLO en las urnas. No tenemos por qué complacer a Trump en lo que exija. La prisa en agradar a nuestro interlocutor será leída como una muestra de debilidad. Estamos destinados a cooperar en materia migratoria, pero la pregunta es: ¿cómo? México no tiene por qué aceptar ser designado “tercer país seguro” por la vía de los hechos. Hay espacio para una salida en migración conforme con los intereses nacionales de México.
5. La frontera: intervienen en la franja limítrofe compartida numerosas secretarías y agencias del gobierno mexicano, pero, ¿quién coordina? ¿Quién da coherencia a nuestras políticas públicas? ¿Quién lleva la interlocución con Washington y con California, Arizona, Nuevo México y Texas? La pregunta se aplica también a la frontera México-Guatemala, dado que en los hechos EU externalizó su frontera sur al río Suchiate.
6. Lo mismo ocurre con el entramado institucional Segob/INAMI–SRE. En el pasado ha existido tensión entre Segob, que aplicó la contención migratoria, en contraste con el discurso de cooperación al desarrollo de la SRE.
¿Cómo van hoy a coordinarse entre sí en una visión que combine los intereses nacionales y las preocupaciones humanitarias?
7. AMLO va a legalizar la marihuana en México, de manera similar a como ya lo hizo Canadá. Washington está rezagado respecto de una docena de estados de la Unión que han liberalizado su uso con fines lúdicos y médicos y que abandonan paulatinamente el paradigma fracasado de la prohibición.
8. Es crucial detenernos en la definición de desarrollo para Trump y para AMLO en Centroamérica. Trump piensa como desarrollador inmobiliario: otorgar contratos a las grandes constructoras de su país. AMLO piensa en dar visas de trabajo para que centroamericanos puedan laborar en México. Parece muy cuesta arriba que haya un Plan Marshall en Centroamérica: ni EU está dispuesto, ni México cuenta con recursos para este propósito.
9. Estados Unidos es mucho más que su gobierno. Será también muy importante que cancillería y sociedad emprendamos iniciativas de diplomacia multinivel, entendida como la suma de varias estrategias diplomáticas.
10. Necesitamos recuperar una visión de futuro compartido entre ambos países, e idealmente articular esta visión también con Canadá, Centroamérica y el Caribe.